Cinco jóvenes de la escuela Técnica N°1 de Concepción idearon un proyecto con el simple objetivo de aprobar sus prácticas profesionalizantes. No obstante, en el camino descubrieron que podían hacer mucho más. Con sus manos, su ingenio y su compromiso, crearon algo que excede lo técnico: un pupitre inclusivo especialmente diseñado para que Milagros, una alumna de tercer grado de la escuela Uladislao Frías que nació sin sus miembros superiores, pueda estudiar en mejores condiciones. Así, lo que empezó como un ejercicio escolar terminó en una lección de solidaridad capaz de contagiar a toda una comunidad.

Una idea que nació de una necesidad

“Al principio nosotros sólo buscábamos aprobar nuestras prácticas profesionalizantes. Pero, a medida que el proyecto avanzó, nos dimos cuenta de que podíamos hacer una gran obra ayudando a Milagros. Eso nos cambió la mentalidad a los cinco”, cuenta Leandro Villagra, uno de los integrantes del grupo.

La chispa se encendió cuando los estudiantes visitaron la escuela primaria que queda solo a unas cuadras de su institución, para ofrecer trabajos de mantenimiento. Allí conocieron el caso de Mili. “Nos mostraron un croquis de una silla con inclinación, pero vimos que no le iba a ser funcional. Entonces volvimos con los profesores, tomamos medidas del banco de la maestra (donde ella estudia) y diseñamos un pupitre a medida”, recuerda Ignacio Molina.

El diseño tomó forma en una computadora. “Lo realizamos en AutoCAD en 3D y lo compartimos con profesionales que nos recomendaron algunos detalles técnicos. Por ejemplo, que el respaldo tuviera una inclinación de entre 10 y 15 grados y que llevara acolchado. Con ese visto bueno, la Escuela Uladislao Frías nos dio los materiales y comenzamos a construir”, explica Ignacio.

CONCENTRACIÓN. Los chicos usaron sus manos, su capacidad y su empeño para que el pupitre quedara perfecto para Mili. LA GACETA/ FOTO DE OSVALDO RIPOLL

La primera parte se hizo en la institución, pero luego, por cuestiones de espacio, el trabajo se trasladó al taller de un profesor. El proceso les demandó unos 87 días, entre feriados, vacaciones y contratiempos.

El resultado es un mobiliario negro, de estructura metálica y superficies acolchadas, con apoyos laterales para mayor seguridad. Incorpora escalones que facilitan el acceso y un sistema mecánico que permite automatizar movimientos básicos. Además, está montado sobre ruedas para poder trasladarlo con facilidad.

“Fue complicado y un enorme desafío, pero siempre supimos que se trataba de un bien para Mili. Es muy lindo ver cómo la ayudamos, nos hace felices y nos motiva a seguir creando proyectos de inclusión como este”, coinciden Micaela Vega, Luján Ramos y Abigail Zelarayán, las tres jóvenes que integraron este equipo.

Más que un trabajo práctico

Para los docentes, la experiencia superó ampliamente el aprendizaje técnico. “El proyecto nació de la iniciativa de los chicos. Nosotros acompañamos y aprendimos junto con ellos. Fue algo complejo y nuevo, con obstáculos que hubo que sortear, pero con entusiasmo y perseverancia lo concretamos”, relata el profesor Ariel González.

El compromiso del grupo se fortaleció con cada instancia. Desde la presentación en la escuela hasta las ferias de ciencia en Bella Vista y Concepción, donde el jurado elogió el trabajo y sugirió nuevas mejoras que ahora los llevaron hasta la instancia nacional de este concurso. “La repercusión en redes sociales también los movilizó mucho. Ver que gente de otras provincias conocía su proyecto los llenó de orgullo”, resalta el docente.

Según González, el proyecto tiene tres objetivos. El primero de ellos es permitir que los estudiantes aprueben sus prácticas profesionalizantes; el segundo es inspirar a otras escuelas a replicar la experiencia y, el último y quizás el más importante, es ofrecer a Milagros una herramienta que le permita sostener su trayectoria escolar.

EN EQUIPO. Estudiantes y docentes se comprometieron con el trabajo. LA GACETA/ FOTO DE OSVALDO RIPOLL

“Incluso hicimos una jornada con su escuela primaria, junto su maestra y sus compañeros, para ver cómo ella trabajaba con el pupitre. Quedó encantada y eso nos dio un enorme impulso”, añade y desliza que ante el gesto que tuvieron, la nena ya sueña con poder estudiar en la Escuela Técnica N°1 durante la secundaria.

Una escuela con sello solidario

El director del colegio secundario Fabio Torres, afirma que lo que más lo sorprendió no fue el trabajo en sí, sino la trascendencia del mismo. “Esta es una escuela muy solidaria, que trabaja mucho con otras instituciones como la Escuela Inmaculada Concepción. La solidaridad está siempre presente en este lugar”, explica.

Detrás de este proyecto hubo un esfuerzo colectivo: desde la cooperadora de la escuela Uladislao Frías, que aportó materiales, hasta docentes y directivos que acompañaron con recursos humanos y económicos. “Estamos en una situación difícil y a veces es complicado conseguir insumos, pero entre todos lo hicimos posible”, señala Torres.

El mensaje que deja esta experiencia es, para el director, muy claro: “Estos chicos transmiten empatía, y al mismo tiempo están aprendiendo. Crecen como técnicos, pero sobre todo como personas. Y para nosotros eso es lo más importante.”

SU ESCUDO. El sello que dejó la iniciativa llevará el nombre de Concepción a una instancia nacional de feria de ciencias. LA GACETA/ FOTO DE OSVALDO RIPOLL

Un ejemplo que contagia

Los cinco estudiantes coinciden en que lo mejor del proyecto no es la repercusión ni los premios, sino saber que Milagros podrá estudiar en mejores condiciones. “Nos gusta que se haya dado a conocer porque ayuda a visibilizar lo que se puede hacer. No se trata de que nos reconozcan a nosotros, sino de que otros chicos también se animen a hacerlo y puedan ayudar a más personas que lo necesiten”, concluyen.

El pupitre inclusivo “Mili” no solo cambió la experiencia escolar de una niña. También transformó a un grupo de adolescentes que en su búsqueda de aprender, descubrieron que la educación tiene su mayor sentido cuando se comparte.